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Cuento 20: Luna y el jardín mágico

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  Cuento 20: Luna y el jardín mágico Luna no era una coneja común. Tenía el pelaje blanco como la luz de la luna y los ojos grandes y brillantes como dos estrellas curiosas. Vivía al borde de un bosque, cerca de un lago tranquilo donde el viento susurraba secretos antiguos. Pero lo que más intrigaba a Luna no era el bosque ni el lago, sino el espejo escondido entre las raíces de un roble viejo. No era un espejo como los que tienen los humanos. Era ovalado, sin marco, y reflejaba no solo imágenes, sino deseos. Cada vez que Luna se miraba en él, veía un jardín diferente, uno que no existía en su mundo. Allí, los árboles danzaban con el viento, las flores cantaban al amanecer y los animalitos reían como si conocieran la alegría más pura del universo. Luna deseaba con todo su corazón cruzar al otro lado. No por curiosidad, sino porque sentía que allí, su canto y su baile podían florecer de verdad. Cada noche, cantaba suaves melodías frente al espejo. Con cada nota, el cristal brilla...

Cuento 19: El último espejo

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  Cuento 19: El último espejo En el antiguo pueblo de Solara, donde las historias se entretejían con la bruma de las montañas, existía una leyenda susurrada de generación en generación. Decía que quien encontrara el último espejo no vería solo su reflejo, sino también su destino. Nadie sabía con certeza qué significaba. Para algunos era solo un mito, una fábula para soñar despiertos. Pero para Lía, una joven de ojos curiosos y alma inquieta, aquella leyenda era un anhelo. Desde pequeña había sentido que su vida estaba conectada a algo más grande, a un hilo invisible que la llevaba hacia un lugar que aún no conocía. Un día, explorando un callejón olvidado del pueblo, encontró una tienda que nunca antes había visto. El cartel, cubierto de musgo y años, rezaba: Antigüedades de los Secretos . La fachada era tan antigua como las leyendas mismas, y sin embargo, parecía recién descubierta. Dentro, el aire olía a polvo y memorias. Objetos extraños llenaban estantes torcidos: relojes de...

Cuento 18: El jardín de los suspiros

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  Cuento 18: El jardín de los suspiros En un rincón oculto de la ciudad, donde las calles se volvían angostas y las casas estaban cubiertas por enredaderas centenarias, existía un jardín del que pocos sabían. No aparecía en los mapas ni era mencionado en las guías. Su existencia era un susurro entre quienes alguna vez lo habían encontrado. Estaba escondido tras una vieja puerta de hierro, oxidada por el tiempo, que solo se abría para aquellos que verdaderamente lo necesitaban. Era un jardín pequeño, pero extraordinario. Sus flores no eran comunes: cada pétalo parecía hecho de luz líquida, palpitando como si respirara. Los árboles no solo ofrecían sombra, sino que sus hojas murmuraban palabras suaves, casi imperceptibles, que consolaban sin juzgar. Y de sus fuentes no brotaba agua, sino suspiros —largos y dulces— como si la tierra misma exhalara las penas del mundo. Nadie salía igual después de cruzar esa puerta. A algunos les ofrecía consuelo, a otros dirección, y a otros simple...

Cuento 17: La luna y la sombra

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  Cuento 17: La luna y la sombra En un pequeño pueblo escondido entre montañas, donde las noches eran más largas y las estrellas parecían al alcance de la mano, vivía una niña llamada Marta. Desde muy pequeña, había sentido una conexión especial con la luna. Cada noche, desde su ventana, la observaba en silencio: creciente o menguante, brillante o velada por nubes, la luna era su confidente, su amiga callada en un mundo que a veces parecía no comprenderla. Decía que la luna la entendía sin palabras, que su luz plateada le hablaba en un idioma que solo ella podía oír. Pero una noche, algo cambió. Marta notó una presencia extraña en el cielo. A un lado de la luna, había una sombra. No una nube ni una estrella fugaz, sino una forma indefinida, oscura, como una silueta que no pertenecía al cielo. Cada noche, la sombra regresaba. A veces parecía moverse con la luna; otras, se alejaba, como si intentara huir de su luz. Marta, intrigada, comenzó a buscar respuestas, a imaginar historia...

Cuento 16: El último tren hacia el mañana

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  Cuento 16: El último tren hacia el mañana En una estación olvidada por el tiempo, donde el polvo cubría las viejas bancas de madera y el silencio tenía el peso de las historias no contadas, Lucía esperaba sin entender del todo por qué. Había recibido una carta sin firma, escrita con una caligrafía que le resultaba vagamente familiar. Solo decía: “Toma el último tren hacia el mañana.” Nada más. La estación no aparecía en los mapas. Tampoco tenía nombre. Pero algo en su interior le decía que debía estar allí, como si una parte de ella lo hubiese sabido desde siempre. La medianoche se aproximaba, y la niebla comenzaba a envolverlo todo, como un manto entre lo real y lo soñado. Entonces lo escuchó: un silbido lejano, el retumbar sordo de ruedas sobre rieles antiguos. Entre la niebla apareció un tren, silencioso y majestuoso, con vagones de madera pulida y luces cálidas que titilaban como luciérnagas. Se detuvo con suavidad frente a ella, y las puertas se abrieron sin que nadie l...

Cuento 15: La brújula rota

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  Cuento 15: La brújula rota En la tranquila isla de Lira, donde el mar azul profundo susurraba viejas canciones a quienes quisieran escucharlas, vivía Valeria, una joven de mirada inquieta y sueños más grandes que el horizonte. Aunque la vida en la isla era serena, marcada por las mareas y el ritmo de los peces, Valeria sentía un anhelo que no sabía nombrar. Algo dentro de ella deseaba partir, descubrir, cruzar las fronteras invisibles del agua y el cielo. Un atardecer, mientras caminaba por la orilla en busca de conchas, sus dedos tocaron algo distinto entre las rocas: una brújula antigua , cubierta de sal y tiempo. Su diseño era exquisito, con símbolos extraños grabados en los bordes. La aguja, sin embargo, giraba sin control, como si hubiera olvidado cómo señalar el norte. Aun así, Valeria sintió que esa brújula no estaba rota, sino esperando . Había algo en ella, una vibración sutil, un llamado. Se la llevó consigo, sin saber que había encontrado no solo un objeto olvidado,...

Cuento 14: La piedra que cantaba

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  Cuento 14: La piedra que cantaba En un pequeño pueblo abrazado por montañas antiguas, donde el tiempo parecía moverse más lento y los días tenían el sabor de la tierra húmeda y el viento fresco, había una piedra distinta a todas. Nadie sabía exactamente cuándo había aparecido. Algunos decían que había caído del cielo, otros aseguraban que había brotado de las entrañas de la montaña misma. Era redonda, cubierta de musgo y ligeramente hundida en el centro del prado, como si la tierra la protegiera. Pero lo más curioso no era su forma ni su edad, sino su voz. Los ancianos del pueblo contaban que, en ciertas noches, cuando el viento soplaba desde el norte y la luna estaba baja, la piedra emitía un canto suave, apenas un murmullo, como un suspiro que se escapaba del corazón del mundo. Algunos lo llamaban “el lamento de la piedra”. Otros decían que era una canción de esperanza. Pero todos coincidían en algo: aquellos que buscaban el canto de manera intencional podían quedar atrapado...