Cuento 14: La piedra que cantaba

 

Cuento 14: La piedra que cantaba

En un pequeño pueblo abrazado por montañas antiguas, donde el tiempo parecía moverse más lento y los días tenían el sabor de la tierra húmeda y el viento fresco, había una piedra distinta a todas. Nadie sabía exactamente cuándo había aparecido. Algunos decían que había caído del cielo, otros aseguraban que había brotado de las entrañas de la montaña misma. Era redonda, cubierta de musgo y ligeramente hundida en el centro del prado, como si la tierra la protegiera.

Pero lo más curioso no era su forma ni su edad, sino su voz.

Los ancianos del pueblo contaban que, en ciertas noches, cuando el viento soplaba desde el norte y la luna estaba baja, la piedra emitía un canto suave, apenas un murmullo, como un suspiro que se escapaba del corazón del mundo. Algunos lo llamaban “el lamento de la piedra”. Otros decían que era una canción de esperanza. Pero todos coincidían en algo: aquellos que buscaban el canto de manera intencional podían quedar atrapados en un sueño del que nunca regresaban.

Elena creció escuchando estas historias. Desde niña, se había sentido atraída por la piedra. No era solo curiosidad, sino algo más profundo, como si una parte de ella reconociera aquella melodía aún antes de haberla escuchado. Cada vez que pasaba cerca del prado, sentía un nudo en el pecho, un susurro en los huesos.

Una tarde de verano, cuando el cielo comenzaba a incendiarse con los colores del ocaso y el viento corría con una dulzura inusual, Elena supo que era el momento. Caminó sin prisa hasta el prado. El mundo parecía en silencio, expectante. La piedra estaba allí, quieta, eterna. Y esta vez, cantaba.

No era el viento, ni el eco de los árboles. Era un canto real. Una melodía baja, armoniosa, que parecía salir desde dentro de la piedra, como si su alma —si es que las piedras la tenían— hablara en un idioma antiguo.

Elena se sentó junto a ella, cerró los ojos, y dejó que la melodía la envolviera.

El canto le habló de cosas que había olvidado: los cuentos de su madre, las manos suaves de su abuela trenzando su cabello, las tardes de infancia corriendo descalza. También le habló del dolor: del padre ausente, de las despedidas no dichas, del paso del tiempo. Era una canción de pérdida, sí, pero también de memoria. Una elegía y un abrazo.

Cuando abrió los ojos, el cielo era oscuro y una figura estaba de pie frente a ella: una anciana de mirada profunda, la misma que en su infancia le enseñó a escuchar el viento en los árboles.

—La piedra canta solo para quienes saben callar por dentro —dijo la anciana con voz serena—. Escuchar no es solo oír. Es comprender. Cada nota guarda un fragmento de lo que somos y de lo que hemos olvidado.

Luego, la figura se desvaneció como niebla al amanecer. Y Elena, con el corazón encendido, entendió: la piedra no cantaba para guiarla al sueño, sino para despertarla.

Desde entonces, cada vez que el viento soplaba de manera especial, Elena regresaba al prado. No con miedo, sino con gratitud. Porque en el canto de la piedra había encontrado un hogar. Uno que siempre había estado allí, esperándola en silencio.





Ensayo 14: 

El impacto de la tecnología en la infancia

La infancia representa una etapa fundamental en el desarrollo cognitivo, emocional y social del ser humano. En el contexto actual, la tecnología ha adquirido un papel central en la vida de los niños, transformando la manera en que aprenden, se entretienen y se relacionan con su entorno. Esta presencia constante de dispositivos digitales ha generado importantes beneficios, pero también plantea desafíos que exigen una reflexión crítica por parte de familias, educadores y la sociedad en su conjunto.

Entre los aportes positivos más destacados se encuentra la capacidad de la tecnología para estimular el aprendizaje. Diversas aplicaciones y plataformas interactivas han sido diseñadas específicamente para el público infantil, utilizando métodos lúdicos y visuales que despiertan la curiosidad y fortalecen habilidades como la memoria, la atención y el pensamiento lógico. Asimismo, estos recursos pueden adaptarse al ritmo individual de cada niño, complementando la educación formal y ampliando las posibilidades de acceso al conocimiento.

Otro aspecto favorable es el fomento de la creatividad. Herramientas digitales como editores de dibujo, videojuegos de construcción o plataformas para crear historias permiten a los niños explorar su imaginación y desarrollar nuevas formas de expresión artística. El acceso a contenidos culturales de calidad, como cuentos interactivos, música y documentales, también contribuye a enriquecer su entorno educativo y emocional.

Sin embargo, el uso excesivo y poco supervisado de la tecnología conlleva riesgos importantes. Uno de los principales problemas es la exposición prolongada a las pantallas. Estudios recientes advierten sobre consecuencias como dificultades de atención, alteraciones del sueño, retrasos en el desarrollo del lenguaje y un estilo de vida sedentario que puede derivar en sobrepeso u obesidad infantil. La falta de actividad física y de juego libre también limita el desarrollo motor y la exploración del entorno real.

A esto se suma el riesgo de exposición a contenidos inadecuados. Internet no distingue edades, y el contacto temprano con violencia, publicidad dirigida o interacciones peligrosas —como el ciberacoso— puede afectar emocionalmente a los niños. Muchos aún no cuentan con la madurez necesaria para filtrar o comprender lo que consumen, lo que puede provocar ansiedad, confusión o comportamientos inadecuados. Por ello, la supervisión activa de adultos responsables es esencial.

Además, la tecnología puede afectar el desarrollo de habilidades sociales. El exceso de tiempo frente a dispositivos puede reducir las oportunidades de interacción cara a cara, fundamentales para aprender a compartir, cooperar, resolver conflictos y expresar emociones. El juego físico, la lectura, la conversación familiar y el contacto con la naturaleza siguen siendo elementos insustituibles para un desarrollo infantil integral.

Frente a este panorama, es fundamental promover un uso equilibrado y consciente de la tecnología durante la infancia. Esto implica establecer horarios razonables, seleccionar contenidos adecuados, participar en las actividades digitales de los niños y reforzar otras formas de aprendizaje y entretenimiento no mediadas por pantallas.

En conclusión, la tecnología puede ser una aliada valiosa en el crecimiento infantil si se utiliza con moderación y criterio. El reto actual consiste en encontrar un equilibrio que garantice que lo digital enriquezca, pero no sustituya, las experiencias humanas esenciales que todo niño necesita para desarrollarse de manera sana, plena y feliz.

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